Cuando leo “Personalizar la evaluación”

Arlette Pichardo Muñiz
5 min readApr 8, 2021

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Por: Arlette Pichardo Muñiz

Cuando leo “Personalizar la evaluación”, viene a mis recuerdos otro libro que leí hace tiempo bajo supuestos similares “Personalizar la educación”.

Saville Kushner, un autor cuyo nombre me resulta relativamente poco conocido, parte de su experiencia proveniente del Centre for Applied Research in Education (CARE) (Centro para la Investigación Aplicada en Educación), de la Universidad de Anglia del Este, en Reino Unido. El material del primer borrador del libro lo reúne mediante una beca visitante en la Universidad de Málaga, en España. En su desarrollo alude permanentemente a relatos de evaluaciones de programas de educación musical. En el marco de ese interés se inscriben también los conceptos de obertura y coda, utilizados en el inicio y la finalización del libro.

El propio autor indica que su libro se trata de la evaluación de programas. En ese sentido, su mayor interés es resaltar la tensión entre la persona y el programa, de ahí el título de “Personalizar la evaluación”. Aunque, quizás la traducción literal no ayuda mucho a la compresión inmediata de la intencionalidad primaria.

En su criterio, personalizar la evaluación significa ofrecerla como un servicio para la expresión de las ideas individuales, lo que implica ocupar de la interacción por medio del lenguaje. En buenas cuentas, se trata de darle a las personas el lugar que les corresponde en la evaluación, más allá del papel jugado por la documentación y las fuentes de información convencionales.

El libro comienza con un supuesto “medir un programa con respecto a sus objetivos o en relación a un conjunto de indicadores impuestos externamente es un ejercicio carente ensí mismo de significado, pues esos objetivos e indicadores se relacionan de maneras muy diferentes con la vida de las personas” (2002, p. 15). El segundo supuesto, “es más educativo leer sobre problemas y cuestiones en evaluación que sobre modelos y soluciones” (2002, p. 16).

Los tres primeros capítulos, al decir del autor, tienen una identidad particular. Se trata del contexto intelectual, histórico, filosófico y político.

En términos más específicos, su argumentación central es que existen demandas contrapuestas entre la gerencia de los programas y las personas que participan en los mismos, con fuertes presiones políticas y contractuales para dar prioridad a las primeras. De ahí la amplitud de consejos para apoyar la toma de decisiones administrativas y juzgar la productividad, y no así para hacer frente a las complejidades de la participación de las personas. Su interés es, entoncer, proponer una postura en la práctica de la evaluación de programas con el interés de movilizar la preocupación por las personas.

Destaca el planteamiento de entender nuestra dificultad para hacer frente al hecho de que los programas no alcanzarán con mucha frecuencia sus metas deseadas, lo cual está condicionado en parte por nuestra resistencia para admitir el fracaso, que es en sí misma condición de una negación colectiva para asumir la vida y la muerte.

En ese sentido, considera que Lindblom nos recuerda lo obvio: “la mayor parte del conocimiento que tenemos de la vida y la sociedad arranca de la investigación del profano: las ciencias sociales se ocupan de fragmentos especializados de lo que tenemos que saber para tratar nuestros problemas” (2002, p. 61). Al respecto, insiste hay un sesgo en la práctica de la evaluación, y se deriva de un enfoque persistente en las características formales de los programas.

Sobre el particular realiza una importante anotación con respecto al rol de sujeto/a. Al efecto indica que éste/a (el “sujeto”/la “sujeta”) en gramática se yuxtapone a un “objeto”. El primero es el agente o la agente y hace algo (verbo) al objeto. Considera que esta es una inversión interesante. Asumir este supuesto convencional nos lleva a la concepción que nos hace sujetos/as de investigación. Pero le podríamos dar vuelta y decir que los sujetos y las sujetas son aquellas personas quienes son agentes de sus acciones.

Los cinco capítulos siguientes, también al decir del propio autor, se ocupan de aspectos más pragmáticos.

Por ejemplo, aprender cómo entrevistar. En su criterio, la entrevista representa una lógica de investigación. De nuevo, refrenda su argumentación con experiencias de evaluaciones de programas, destacando la importancia de entrevistar a estudiantes en la evaluación de la educación musical.

A partir del modelo de Elliot Eisner, éste último aboga porque las observaciones evaluativas las realicen personas “conocedoras”, es decir, con mirada experta y perspicacia informada, el autor formula una descripción crítica y plantea a favor de personalizar la investigación evaluativa, para culminar señalando que la pregunta es: ¿puedes evaluar si no te gustan las personas que estás evaluando y no te conoces lo bastante?

Retomando a Yin (un referente metodológico obligado)considera que la evaluación basada en estudio de casos opera de un modo parecido a un holograma, ya que los estudios centrados en resultados no habían satisfecho la necesidad de comprender la promesa y el déficit de la innovación.

“La evaluación crea un espacio ético” (2002, p. 158). En ese sentido, identifica y define tres fases en tal esfuerzo: la ética del rol, la ética de los acuerdos de evaluación y la ética de la realización. La primera referida a la justificación de la evaluación y su legitimidad pública. La segunda relativa a la naturaleza del consenso conforme al cual se realiza la evaluación. La tercerca involucra los alcances de lo que es legítimo hacer, incluida la publicación de informes.

Finalmente, completa su dilucidación ética con los estándares culturales. En ese sentido, siguiendo a Peter Stenhouse, indica que un estándar hace referencia a criterios que se encuentran detrás de los patrones uniformes de juicio de la calidad y el valor del trabajo, es decir, que se trata de un procedimiento, no de una medida de resultado.

En fin, personalizar la evaluación es un llamado al valor de lo humano. Interpretando el sentido de Kushner de invertir la relación tradición, los sujetos sociales más allá de los objetos. Planteado en forma didáctica, recurriendo a ejemplos y estudios de casos, el libro constituye un aporte interesante de cara a la re/significación de la evaluación y sus métodos.

Referencias:

Kushner, S. (2002). Personalizar la evaluación. Traducción de Tomás del Amo. Madrid, España: Ediciones Morata, S.L. y Fundación Paideia Galiza. Colección “Educación Crítica”. Edición original en inglés, 2000.

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Arlette Pichardo Muñiz
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